jueves, 9 de enero de 2014

 UN ÍDOLO DE ORO
Tres meses después de salir de Egipto, los israelitas llegaron al monte Sinaí conducidos por Moisés. Desde la cima del monte, Dios llamó a Moisés y le dijo:
–Yo soy Yahvé, tu Dios, que te sacó de Egipto y te liberó de la esclavitud. No tendrás más dioses que yo.
No harás ídolos ni te postrarás ante ellos. Baja y di esto a tu pueblo. Regresa después a este monte y te daré dos losas de piedra con los preceptos que tu pueblo habrá de cumplir. Moisés volvió al poblado de los israelitas, convocó a su pueblo y le expuso lo que había ordenado el Señor.
Todo el pueblo respondió a una:
–Haremos todo cuanto ha dicho Yahvé.
Moisés ordenó a los jóvenes que hicieran penitencia y regresó a la cumbre del monte Sinaí, donde permaneció durante cuarenta días. Impacientados por la tardanza de Moisés, los israelitas acudieron ante Aarón:
–Moisés ha desaparecido –le dijeron–, y Yahvé no da muestras de existencia. Queremos un nuevo dios que reemplace al antiguo. Un dios en torno al cual podamos beber y danzar. Aarón meditó cómo podía crear el dios que todos le solicitaban y respondió:
–Id por el poblado, recoged todas las joyas que encontréis y traédmelas.
Los israelitas reunieron entonces una montaña de objetos de oro. Aarón mandó fundirlos y hacer con ellos una escultura en forma de becerro. La puso sobre un altar y proclamó:
–Este es el Dios de Israel. ¡A él adoraremos!
Al día siguiente, organizó una gran fiesta en torno al ídolo de oro y los israelitas acudieron a ofrecerle sacrificios, mientras bebían y bailaban.
Al ver esto, Yahvé dijo a Moisés:
–¡Tu pueblo se ha pervertido! Ha olvidado la promesa que hizo a su Dios. Durante tu ausencia, ha construido un becerro de oro, se postra ante él, le ofrece sacrificios y proclama: «Este es nuestro Dios, el que nos sacó de Egipto». ¡Mi ira se desencadenará sobre todos ellos hasta aniquilarlos!

Al escuchar estas palabras, Moisés regresó velozmente al campamento, indignado arrojó al suelo las losas donde Dios había grabado sus preceptos y ordenó que cesasen inmediatamente los festejos. Luego tomó el becerro, lo quemó y lo redujo a polvo. A continuación, disolvió aquel polvo en agua y ordenó que todos los israelitas bebieran la mezcla en señal de penitencia.
Al día siguiente, Moisés reunió de nuevo a los israelitas y les dijo:
–Habéis pecado gravemente al romper vuestra promesa de obedecer a Dios. Subiré de nuevo al monte Sinaí para interceder por vosotros.
Moisés regresó entonces hasta donde estaba Yahvé y le dijo:
–El pueblo de Israel ha destruido el ídolo que reverenciaba y ha cumplido severas penitencias. Te ruego que seas misericordioso y no lo destruyas.
Yahvé, que había estado a punto de exterminar a los israelitas, contestó finalmente:
–No destruiré a tu pueblo de Israel. Pero quien haya pecado contra mí rendirá cuentas de su pecado. Continúa tu marcha por el desierto hacia la tierra que prometí a vuestros antepasados. Yo mandaré por delante un ángel que os guiará y abrirá vuestro camino.

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